domingo, 2 de enero de 2011

felicidad

Una rápida ojeada a la sociedad es suficiente para constatar que los hombres proyectan su vida de muy distintas formas: se mueven detrás de muchas «cosas» diferentes pensando encontrar en ellas la verdadera felicidad. Sin embargo, con frecuencia —con demasiada frecuencia—, se equivocan — y ellos mismos son conscientes. ¿Dónde está el error? ¿En amar «cosas» que no deberían ser amadas?, no exactamente. La determinación filosófica del orden ideal de la vida buena nos ha permitido entender que, en realidad, se deben amar todas las realidades, sin excluir ninguna, pues todas participan del ser y nos pueden enriquecer. El problema de quien se equivoca es que desconoce (culpable o inculpablemente) que éstas han de ser amadas según una cierta jerarquía: «la iniquidad no consiste en apetecer una cosa mala, sino en renunciar a una mejor» (S. Agustín, De natura boni II, 36).

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