Lo bello es distinto de lo placentero, de lo divertido y
de lo útil. Produce un gozo distinto. No es un goce corporal,
sino un gozo espiritual, que interesa sobre todo al espíritu. Los autores
medievales decían que lo bello es para contemplar, no para usar, es un regalo
que no se deja instrumentalizar. No sirve para otra cosa, es un bien en sí
mismo. (…)
La belleza afecta
al hombre entero, cuerpo y espíritu; no hay
experiencia estética sin conciencia y contemplación, y, tampoco, sin emociones
profundas.