Elegimos el fin que queremos perseguir, pero no depende exclusivamente de nosotros el que de hecho lo logremos. En este sentido, lo que está en nuestras manos son los medios, no el fin, porque si el fin estuviera en nuestras manos, no sería algo a alcanzar, lo tendríamos ya y no podríamos fallar.
Lo que sí está en tus manos son tus principios. Si sigues tus principios y aun así (o por ello) las cosas te van mal, te siguen quedando tus principios; en cambio, si traicionas tus principios, puedes quedarte sin nada, pues como se ha dicho, el fin no está en tu mano, y por tanto puedes no alcanzarlo, y quedarte sin principios y sin objetivo. Es lo que le pasa, por ejemplo, a Anna Karenina, que renuncia a todo lo que tiene (incluidos sus principios) por su amante, y al final se siente abandonada por él y se da cuenta de que no le queda nada.
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