Decía Aristóteles que las leyes sólo son necesarias para el no virtuoso, que es el que necesita, por decirlo así, incentivos para portarse bien. Y es que para el que ya es virtuoso no hacen falta factores externos, amenazas, etc. que le fuercen en contra de su voluntad, porque su voluntad está a priori de acuerdo con lo que marca la ley (supuesto que la ley es justa, claro). Aristóteles definía la virtud como una “segunda naturaleza”: hace que los impulsos naturales del sujeto en cuestión se inclinen a la virtud. El virtuoso tiene interiorizada la ley, y por eso no le hace falta que se la impongan desde fuera: él es ley para sí mismo.
NOTA: evidentemente, además de existir para guiar al no virtuoso, la ley está para fijar lo contingente, lo sujeto a debate político (cuántos impuestos se pagan, cómo deben ser los contratos, etc.).
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