"En
tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento.
La
inteligencia –iluminada por la fe– te muestra claramente no sólo el camino,
sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre
todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la
Trinidad deja en nuestras manos.
El
sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo
consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando
cualquier oportunidad, y tan pronto como –por cansancio físico o por pérdida de
visión sobrenatural– tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan
y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te
desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de
medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes
tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo
de la mediocridad espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque
sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.
Permíteme
que te hable con crudeza. Te sobran "motivos" para volver la cara, y
te faltan arrestos para corresponder a la gracia que El te concede, porque te
ha llamado a ser otro Cristo, «ipse Christus!» –el mismo Cristo. Te has
olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi
gracia!", que es una confirmación de que, si quieres, puedes."
(Surco
n. 166)
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